Es tan
clara la noche
que no
se distinguen las estrellas,
no deja
lugar a las penumbras
que
justifican normalmente mi abandono.
El
sonido sórdido del silencio
envuelve
el valle,
pactan
melodías sin música sus habitantes,
aúllan
los perros,
friccionan
sus alas los grillos,
croan
desesperadas las ranas
y puedo
intuir el sonido del mar batiente en la costa
subiendo
por los riscos.
Y de
repente se agota el eco,
y de
repente se para el tiempo,
se
congela la vida en un fotograma celeste.
Bordeando
el perfil de la montaña,
vagan
mis dedos por mi sienes
buscando
respirar la magia
que me
sople tu aliento,
zozobro
a una quietud que me perturba
porque
no sé a dónde me lleva.
Todo
parece perfecto
cuando
nada está en su sitio
cuando
nada es lo que parece
cuando
la luna azul sonríe seductora desde el cielo
dándonos
otra oportunidad
de
forjar nuevos sueños,
de
hacerlos luego realidades
y
volvernos a emborrachar con la vida
y así
dormir nuevamente el sueño eterno,
hasta
volver a despertar
entre
los brazos de un dios caprichoso
que
instiga mis instintos
que
juega con mi conciencia
y forja
mi destino.
Liliana Tavío Aguilar©Agosto 2012
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