Desde
pequeña hizo gala de una imaginación excepcional, su madre solía oír largas
horas de conversaciones entre ella y sus muñecas, recreando situaciones que a
menudo resultaba inverosímiles para una niña de su edad. Le encantaba inventar
historias a partir de un palillo de dientes rezagado al recoger la mesa o ante
el cadáver de una mosca atrapada en una telaraña, o bajo la hipnótica melodía
de la armónica del afilador de cuchillos que pasaba de tarde en tarde con su
bicicleta. Todo y todos podían convertirse en protagonistas de largas historias
cuando eran capturados por su mirada creadora.
Así, lo
que observó esa noche de desvelo desde su ventana tenia elementos suficientes
para alimentar más de una historia en su mente. Absorta contemplaba las
estrellas cuando oyó aproximarse el sonido de unos pasos que desafiándose unos
a otros se acercaban con ritmo febril hacia su ventana.
La
calle empedrada mostraba su vulnerabilidad entre las sombras y las escasas luces
que cedían con reticencias las farolas
jubiladas de su viejo barrio. La noche era pegajosa , una llovizna que
anunciaba más calor había vestido de destellos de plata el adoquinado y las
aceras de la calle. Y en la proximidad del sonido, una sombra alargada se hacía
visible con la misma celeridad que lo hacían sus zapatos.
Se
trataba de un hombre sin identidad en el rostro, apretando una bolsa en la mano
con tanta fuerza como el objetivo que le había llevado a robarlo – pensó -,
porque sin duda se trataba de un ladrón nocturno que andaba desvalijando las
casas del barrio. Pero si era ése, ¿porqué solo llevaba una bolsa de mano? ¿qué
objetos de valor podían tener cabida en esa bolsa tan pequeña?, a lo mejor
había robado solo dinero, pero su barrio era de gente muy humilde, a lo mejor
él no era del barrio y no le importaba robar a los pobres, o sus necesidades
eran mayores como para que eso le importara. Tal vez no era siquiera un ladrón
y era un mensajero que corría llevando un rescate para salvar la vida de
alguien, como había visto en alguna película, seguramente sería una mujer que
fue raptada cuando paseaba a su perro a primeras horas de la mañana, alguien de
la zona rica de la ciudad, dueña posiblemente de uno de esos perros caros y
ridículos en su tamaño que disfrutan de más caprichos que muchos niños de su calle,
en ese caso hasta era posible que fuera del perro de quién pedían el rescate,
tendría más valor que su dueña.
Qué
absurdo! –pensó- parezco Alicia en el País de las Maravillas, elucubrando
simplezas.
Y volvió a concentrarse en la silueta, preguntándose esta vez, si el
dueño de aquella sombra, bien podía ser el alma del corredor fallecido en la
carrera que hace algunos años se celebró en la ciudad, donde un desafortunado
accidente acabó con la vida de uno de los corredores, claro que para qué iba a
llevar un espíritu una bolsa en la mano, y además siendo corredor.
Pregunta
tras pregunta, historia tras historia que no lograba desarrollar ni concluir se
sucedían casi sin permiso en su cabeza, mientras la oscura figura sin
identificar aceleró la carrera al pasar bajo su ventana a la vez que levantando
la mano, gritaba: taxi!, taxi! sin darle tiempo ni a capturar al ladrón, ni
averiguar el contenido de la bolsa, ni saber si el interés del rapto recayó en
la mascota o en su dueña o sí realmente había quedado vagando el espíritu de un
corredor atropellado en el maratón de hace algunos años.
Decepcionada
por su fallido intento de dilucidar una verdadera historia para el concurso de
cuentos y relatos de su instituto, Silvia cerró la ventana de su cuarto, corrió
las cortinas, y se acostó mientras escuchaba el saludo de buenas noches de su
madre desde la habitación contigua.
Liliana Tavío
Aguilar©Septiembre 2013