No sé, quisiera tener un nombre
para ella, tal vez eso facilitaría las cosas, podría identificar de quién se
trata, y justificar, justificarla y justificarme.
Irrumpió en mi vida hace algunos
años, cuando el cansancio de la rutina de no llegar a ningún lado empezó a
hacer mella en el camino. No habían metas trazadas, solo un caminar, y ese objetivo
ya era suficiente, o así lo creía.
Un buen día tras otra discusión
violenta con Manuel, al mirarme al
espejo, no me reconocí, no era yo quién se asomaba a mis ojos, una mujer ajena
a mi, me miraba con gesto impreciso. Desafiante, sin llegar a resultar
amenazadora, inquieta pero sin prisas ni ansiedades, me interrogaba, me
cuestionaba, me juzgaba con la mirada.
En algún lugar dentro de mi
habían surgido unos sentimientos largamente amordazados por los años que ya no
querían seguir siendolos, y ella los encontró, los tomó prestados y se vistió
con ellos.
Yo acepté el reto que suponía al
hacerlo.
Ese día salí a la calle y todo
lucía de una manera distinta, me desbordó un entusiasmo inusual, el mundo tenía
otros tintes, desde la mirada de la niña que me sonreía al cruzarse a mi paso,
al gato en lo alto de un muro que se lamía o los mirlos pisoteando la hojarasca
en los jardines del parque, todo tenía sentido porque yo lo miraba y porque
ella existía.
En ese estado del ser, me di
cuenta que no debía esforzarme demasiado para capturar los instantes, era
consciente de ipso facto de todo lo que acontecía a mi alrededor, los sonidos,
las imágenes, los olores,…pero con la misma fluidez e intensidad también afloraban
los instintos. Unos instintos que me
llevaban a transgredir fronteras.
Si alguien llamaba mi atención,
le miraba sin el menor reparo, hasta que
la insistencia desembocaba en una situación embarazosa de la que a duras pena
llegaba a salir, y terminaba encontrándome en el coche o en el piso de un
desconocido. Cuando esto ocurría, yo volvía a casa en medio de una tempestad
incontrolable de dudas, remordimientos, sensaciones enfrentadas, horrorizada y
apuntalada desde las entrañas hasta mi conciencia , intentando encontrar
explicación a lo que no tenía.
Era ella, no cabía duda, era
ella, terrenal, visceral y vívida, sin prejuicios, sin domesticar, desnuda,
esencia misma, con sus zapatos de tacón, su ropaje llamativo, su maquillaje, y
el exhalar lascivo de un cigarro, apoderándose de mi vida, y yo, sin oponer
resistencia.
Regresar a casa tras sus
andanzas, me suponía un enfrentamiento angustioso frente al espejo, cada una a
un lado, frente a frente, intercambiando quejas y reproches, batallas que
siempre terminaban siendo ganadas por ella con argumentos convincentes, esa
eres tú – me decía -, esa también eres tú.
Un día, acordó consigo misma,
sin tenerme en cuenta, comprobar el alcance de sus impulsos, y concertó una cita
con una persona que conoció en un Chat de contactos a ciegas, para verse en un
bar de carretera. Llevaba unos minutos esperando en la barra mientras tomaba
una copa, cuando se le acercó un hombre corpulento con aspecto infantil que
respondía a la descripción que le había dado por internet, amable y educado, la
convidó a tomar una copa más, antes de sugerirle marchar a otro lugar. Luego de
una conversación amena, averiguando aspectos de la vida de cada uno, y
justificando historias que sostuvieran dicho encuentro, salieron juntos de
aquel antro mientras decidían a dónde dirigirse. Se subieron en su coche y
optaron por parar cuando encontraran una
zona poco transitada, todo lo que aconteció entonces dentro del auto, fue digno
de un relato de Domina Zara, la iniciaría a ella en un submundo dentro de mi
propia vida y a mi, en solo una anécdota de la misma.
Liliana Tavío Aguilar©Septiembre
2013
Maravillosa narrativa y excelente historia, me encanta, te felicito por tus bellas letras, un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias Loly, un placer que dejes tu firma por acá también...
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