"Decir"sentimientos


A veces se hacen pocas las palabras cuando se quieren “decir”sentimientos, y no se abarca todo ese universo que se quiere y se necesita expresar; otras veces no se puede exorcizar las emociones que nos estrangulan el alma , y a solas, en el acto más íntimo que una puede tener consigo misma, cuando la poesía adquiere ese matiz de eterna confidente, y su verbo es el tuyo, ahí se queda plasmado, compartido con el mundo lo que somos, la poesía se hace voz, nos desnuda y nos devuelve a nuestros orígenes eternos, al corazón del universo.

viernes, 30 de junio de 2017

RAÍCES

Miriam entró en aquel pasillo de la galería de arte siguiendo una llamada que no venia del exterior, se desgajó del grupo y sin saber porque, como abducida por una fuerza invisible, se encontró frente al cuadro de la abuela chamánica.
Absorta, mientras los ojos de la abuela indígena se incrustaban en su alma, comenzó a escuchar el sonido del tambor que la anciana tomaba en sus manos, retumbando en su interior, su sangre se iba alborotando, los latidos de su corazón se aceleraban,  como alegrándose de haberla encontrado, como  llamándola para cumplir con su linaje; pero al mismo tiempo mientras Miriam se dejaba llevar, una veta de sentido común irrumpía en su trance diciéndole que eso no era posible, ella, una estudiante de medicina que dudaba de su oficio, de piel blanca como la espuma del mar, de bucles rojizos como un atardecer austral, no se identificaba con el gesto austero de la abuela del cuadro, aquella piel oscura, aquella mirada incisiva y penetrante que traspasaba el óleo, y que la sometió otra vez a ese estado hipnótico sin darle tiempo a pestañear, envolviéndola de nuevo en un viaje a las montañas tucumanas.
 Allí, asida a la altiva mirada del halcón se vio así misma descender para verse mujer medicina de los Mapuches, allí, como en un fogonazo de luz encontró el origen de su actual vocación, allí se encontró con la mujer anciana del cuadro sentada con la tribu, sanando con su tambor corazón.

Sintió recuperar la energía que antaño poseía, la fe, la sabiduría que la naturaleza le había facilitado en otra vida, ahora estaba completamente segura de lo que había venido a hacer en esta vida, sabría a dónde recurrir para aliviar el dolor de los cuerpos humanos cuando la medicina de los laboratorios fallaran, sabría con su tambor como recuperar las almas perdidas.  Al regresar ante el cuadro, Miriam, sonrió a la abuela mapuche y tras un gesto de agradecido y respetuoso saludo, salió de la galería, inspirando el aire de la calle como si fuera la primera vez que lo hacía.
Liliana@Agosto 2015

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