No entendía la paradoja del motivo, pero al
menos había llegado al convencimiento de tener cierto grado de conflicto con la
autoridad, había llegado a esa conclusión tras sorprenderse discutiendo en varias
ocasiones con agentes de policía o
reaccionando de manera beligerante con algún jefe de turno. Todo lo que sabía
es que desde niña había tenido siempre que callar ante cualquier atropello, los
hombres de su familia llevaban a raja tabla la obediencia de su sexo, más allá
de cualquier otro criterio, y en la escuela, padeció de manera no menos
traumática las consecuencias de sus enfrentamientos verbales con sus profesores
y compañeros.
Así, cuando sentía que no le debía nada a
nadie, sus impulsos sediciosos no
encontraban límites pero tampoco la forma más adecuada para darles salidas y
siempre acababa en problemas.
Pero ahora no encontraba explicación
plausible con la que acallar su conciencia, con la que justificar su falta de
voluntad ante aquel hombre que la había soliviantado desde la primera vez en el
insolente gesto de precipitarse a acariciar su muslo cuando sentada en aquel salón le daba clases de piano.
Posó su mano en su rodilla derecha, mientras
la miraba esperando su reacción; ella, dejó acrecentar aquella sensación de vértigo
en el tiempo en que una leve descarga eléctrica recorría su columna sin saber
identificar la dirección; animado, sin
encontrar resistencia su mano inició el ascenso por el interior de su muslo, la
suavidad de su piel solo era interrumpida por los incontables poros que se erigían
excitados a recibir de manera entregada el calor de esa caricia, osada su
pierna tembló facilitando el recorrido, abriéndose de manera casi imperceptible
e involuntaria; la melodía del piano, se fue pausando lentamente hasta dejar de sonar.
Y ella deseando bajo una súplica enmudecida,
que esa mano llegara a su destino. Deseaba cerrar los ojos cuando aspiró todo
el aire de la habitación al unísono en que su corazón se desbocaba por una
planicie. El fuero interior de su sexo golpeaba con dureza por salir. Al final
cerró los ojos ansiosa de saltar al
abismo. Cuando el deseo se detuvo en el borde del encaje de su prenda más
íntima, se quedó allí merodeando la puerta como un animal hambriento Allí
paseando la yema de los dedos por ese borde infinito de rosada tela y describiendo la curvatura de sus
ingles.
Poco a poco fue incitando el deseo desde la
proximidad sin llegar a liberarlo. Así fue que al fin se fue garantizando la
bienvenida ávida de su regreso para la próxima incursión. Empujando las ansias
en el precipicio abismal de un suspiro interrumpido y en un hálito de aliento
tibio desvanecido en el aire contenido de aquel salón.
Liliana
TavíoAguilar©Enero 2013
Uffffff, Al borde del abismo de los sentidos m siento. con este texto donde to es osadia y denudez para goce de uan ardea casi marchita. El deseo es insinuacion ante todo, aproximacion esa es su aventura, la conclusion es la muerte. Un beso. me encanto!!!!!
ResponderEliminarGracias por esta flor que me entregas con tu comentario...
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