A veces,
cuando soy capaz de parar,
y contener la respiración
mientras cierro los ojos,
y escucho esa melodía que me acaricia el alma,…
que me susurra al oído bajito
…shhh…
descansa…no pasa nada.
Entonces,
cuando soy capaz,
me entrego al sentir,
entonces,
me invade una oleada de sensaciones
que me hacen dar las gracias por estar viva,
una a una llegan
hasta la infinidad de mi ser
ahuyentando los miedos.
Entonces,
todo es perfecto,
y morir no tiene perdón.
Cierro los ojos
y me dejo llevar a las profundidades del mar
que se convierte en mi ser
y yo me convierto en él
…y lloro en su seno,
para que nadie más me oiga
desgarro mi garganta entre burbujas salvajes como cañones
despojándome del miedo más profundo cuando llega la noche de
los días sin luna,
del miedo a que el tiempo se acabe,
miedo a no haber aprendido nada,
miedo a no haber sido sabia
y solo haber sido la novia del viento,
miedo a no saber cómo seguir los pasos que me quedan,
miedo a haber apostado la vida y haber perdido en el juego.
Pero…
él, el mar, …
mi mar…
enjuga mis lágrimas saladas como su esencia misma
y me quedo sumergida en su dulzura,
sintiéndome la hija pródiga que regresa
para reponerse de las heridas con el escozor de su sal,
para salir nuevamente a combatir el mundo
con el mismo llanto del génesis de mi existencia
desafiando a todos y a todo,
porque aún no ha acabado nada,
porque morir de pie es una proclama de nacimiento,
que no admite envés.
Y vuelvo,
y vuelvo a la casilla de salida.
Liliana T.A ©Diciembre 2024