La vida transita mi geografía y
temo no estar preparada para ejercer de anfitriona. Hace tanto que no me
visito, que tal vez no sepa explicarle que hay nuevas montañas, nuevas vaguadas,
que ha cambiado el color de mi cielo y el aroma de algunas flores, temo no
saber contarle porqué y cómo ha sido ese proceso y sobre todo, para qué están ahí,
ahora.
No he sabido estar conmigo, ni a
solas ni en compañía…y la vida no me sonríe porque yo no le sonrío a ella. Aunque
no, no es justo pensar esto tampoco, sería desagradecida, ella siempre me está
sonriendo pero yo quiero más, no sé qué más, ni cuánto más, pero parece que no
me conformo, me aterra la mediocridad en la que me siento inmersa, los
problemas cotidianos son intrascendentes, lo sé, pero me fagocitan sin remedio.
Estoy necesitando que una fuerza
centrífuga me lance fuera de mí, me aleje para observar mi nuevo panorama, mi
paisaje, desconocido a mis ojos, pero también tengo miedo de pensar así, una
fuerza centrífuga escaparía a mi control, sería superior a mis posibilidades y
eso es inmanejable, no, y no soy omnipotente como demuestro ser, no, soy una
más, que lloro, siento y me duelo y que muchas veces no puedo con más aunque
nunca diga, no.
Por otro lado, qué triste pensar
así, esperar un empuje externo para moverme en la dirección deseada, ¿deseada? Entonces
¿sé hacia dónde quiero moverme?, pero eso es todo un hallazgo! cuando hace
mucho tiempo que me lamento por no tener deseos, y lo más triste es que me doy
cuenta de ello cuando en mis madrugadas al salir a trabajar y mirar hacia la
bóveda oscura que me cubre, veo una estrella fugaz y soy incapaz de balbucear
un deseo y solo una lágrima de pena, acude en mi consuelo pero indicarme que
aún estoy viva y que me siento.
Fragmento de “A solas conmigo
misma”.
LilianaTA©Septiembre 2016