Dialogando
con el horizonte
hablamos
de la inmensidad de sus azules,
extasiada
en su belleza
me dijo
que no me engañara
que no
habían colores
que
certificaran sentimientos
en la
profundidad de sus aguas.
Que los
básicos servían puntualmente
pero a
la mayoría se aprendía a someterlos.
La tristeza
con su paleta de grises,
matizando
azules plateados
La
alegría que llega a palidecer
a los
amarillos hambrientos de dicha
La ira
enrabietando los rojos perfilados del amor
La
traición de un verde
emanando
la serenidad de una vida comprada
La
profundidad de un añil abismal
donde
la luz no puede llegar
Los
tonos violáceos desteñidos
de un
atardecer solitario y huraño
de
amores fracasados.
Maquillar
la Tierra era
a veces su función,
- me
dijo-.
Dialogando
con el horizonte me contó que en la otra orilla
no se
veían los mismos tonos
que en
ese justo momento mis ventanas observaban,
que
otros ojos se miraban en sus aguas
y no
era paz lo que encontraban,
que en
otro lugar era su coz de agua embravecida
la que
lastimaban las costas,
que sus
entrañas abrigaban
temores
de marineros titulados
que
otros sin cualificación,
deseosos,
trataban
inútilmente de atesorarlos.
Que
todo en él podía ser
y dejar
de serlo,
que la
vida y la muerte
son el
encuentro perpetuo de cada ola jadeante
que
estallan en su seno.
Mientras
mi coche transita paralelo a su línea,
me
llama,
susurrando
a mi oído las historias que no veo,
y me
llama
seduciéndome
salvajemente con sus colores de gala,
pero le
digo que me espere
que
algún día me fundiré con su ansiado elemento.
pero
mientras mi amado me espera
y debo
ir a su encuentro.
LilianaT@Abril2014