Cruza la noche mojada, brilla el asfalto a la
luz de una farola envejecida que no cuadra con la presteza. Los pasos secan su
huella en la calle oscura, le alejan de una realidad que le asusta, pero no quiere
volver a esa cueva, a ese cubículo en
que se convirtió las cuatro paredes del hospital que le alberga. Hace tiempo
que no huele el aliento de una casa, se mira en la negrura de si mismo, no
esperando consuelo, ya no espera nada, su mente no le obedece y le regresa sin
permiso a ese cuerpo malsano.
No hay musas que le acerquen a la vida y que
le tiendan la mano para juegos de noche.
Para juegos que le rapten de esta vida
agonizante a través de percibir en la ausencia de sus manos el cuerpo de una de
aquellas y le permita regurgitar poemas, o historias, quizás inspirarle el
inicio de una novela.
Quisiera
morir esta noche, pero el final apoteósico tantas veces recreado no se
aproxima, porque la musa no llega, ella no lleva reloj, no sabe que significa
la esfera.
Él la espera y la espera. No quiere morir esta
noche antes que le visite ella, quiere aplastarla en un beso, quiere retenerla
en un verso, quiere endiosarla en la historia, pero ella no tiene prisa, porque
no sabe que significa el tiempo. Ella, incólume a la vida, no le lleva su paso.
Y su
tiempo ya es otro, y no le queda…¿cuánto le dijeron que le quedaba?...ya
no hay tiempo, la esfera no espera, el sol no se detiene, la noche lleva su
nombre a enterrarlo en un gusano negro, su delirio le hace creer que está solo
en esa frialdad mortecina, pero en la cama de al lado alguien tironea de su
sonda para invitarle a “pasear chicas”,…¡eso es, a pasear chicas!, ahí
encontrará a esa musa terca y caprichosa acostumbrada a llegar a cualquier
hora. Y desprendiéndose de tubos, agujas y bolsas de suero y sangre, los dos
viejos delirantes corrieron su última aventura por aquellos pasillos asépticos de pasión en busca de
aquellas musas, poco duró la aventura, los enfermeros frustraron su huida en la
puerta del ascensor, entre fluidos, heridas, culos al aire y maldiciones
proferidas, sus figuras fueron reducidas.
No hubieron musas, no llegaron siquiera a
tiempo de un funeral enardecido, pero la noche no estuvo perdida, la apoteosis
del final de sus vidas fue de pie aplaudida…
Me gustó mucho....
ResponderEliminary a mi escribirlo....gracias por venir..
ResponderEliminarMe encantó!!
ResponderEliminarGracias Flor!
EliminarTe visitaré, gracias
ResponderEliminarLiliana:
ResponderEliminarQué fuerte, qué bueno y qué final más apoteósico. La vida y la muerte se mezclan en un abrazo perfecto. Musas, mujeres, erotismo y el terrible abrazo de lo inevitable. Has conseguido un microcuento poético impactante.
Un placer recorrer tus letras
Ana
Muchas gracias por tu visita Ana, me alegra que te haya gustado, un beso
EliminarMaravillosa forma de contarlo, y si realmente impactante
ResponderEliminarGracias Sindi, no había visto tu visita por estos lares...
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